Feenaris- Historia B

viernes, 23 de octubre de 2009

Creo que empiezo a marearme… a esta altitud escasea el oxígeno. Ni siquiera puedo ver ya el angosto sendero, cubierto como está por la nieve todo a mi alrededor. No me gustan estas tierras montañosas y gélidas. Aunque pensándolo bien, a estas alturas realmente hay pocas cosas por las que sienta verdadero aprecio. Me marché de mi hogar apenas cumplí los 23 años (en mi tierra natal se nos considera niños hasta que cumplimos los 25) porque no era afín con las ideas por las que se regían en el pueblo.
Hay quienes nos consideran gentes extraordinarias que amamos la tierra y nuestros bosques, y que nunca lucharemos por la convicción que tenemos de que nuestro Dios lo solucionará todo por nosotros. Otros simplemente nos tildan de cobardes. De una forma u otra, no me gusta la pasividad con la que viven en Neifd… yo necesitaba algo más que observar cuantos palmos crecen los árboles o hablar de lo infelices que eran en otros reinos a causa de la guerra.
Sin embargo, cada vez que escuchaba a los ancianos relatar las épicas batallas de los reinos del Norte, las legendarias resistencias del Oeste que habían sido invadidos sin caer ni una sola vez a lo largo de los siglos, las cruentas legiones llegadas en barco desde las islas del Sur… parecía escaparme a luchar con ellos, mientras el resto de los niños se asustaban o se echaban a llorar.
Quizá desde el momento mismo de mi nacimiento, mis padres ya supieran que yo iba a ser una oveja descarriada. Sí aparentemente era igual a las gentes de Neifd, cabellos claros y sedosos y piel albina. Sin embargo mis ojos no estaban carentes de brillo como en el resto de mis congéneres. En mis ojos refulgía el fuego de la batalla por ello me dieron el nombre de la diosa que fue despojada de sus privilegios por ir contra el dogma y organizar un ejército: me llamaron Feenaris.
Desde ese día tuve inherentes las ganas de lucha, no resolvía mis conflictos infantiles con absurdos diálogos, por lo que pronto dejé de tener la compañía del resto de Neifdianos. Poco a poco me fui dando cuenta de que ese pueblo no era mi sitio y me fui, llevándome solo un hatijo de ideas inmaduras sobre luchar para defender a un pueblo, un pueblo que aún necesitaba encontrar.
Fracasé. Como era de esperar, me encontré perdida e indefensa en un mundo del que sólo había oído historias de boca de ancianos olvidadizos. Los primeros años, sobreviví a duras penas, hasta encontrar un maestro al que poco tengo que agradecerle, ya que lo único que puedo considerar mío, es mi arco y mi carcaj. Mi vida está a merced de otros, me dan algo de oro o comida por diversas tareas, ya sea un asesinato, exploración de una zona, o diseñar una estrategia para invadir una ciudad.
Ahora abandono un pueblucho del tres al cuarto, perdido en las montañas, donde está toda la gente con la que puedes hallar problemas solo por estar en su rango de visión. Es todo lo contrario que mi pueblo natal. Aquí son belicistas por naturaleza, hasta el punto de que en un par de ocasiones el pueblo ha estado al borde de su desaparición por trifulcas entre sus habitantes. El dueño de estas tierras ha reclamado mis servicios. Promete pagar bien, pero ya he oído eso demasiadas veces, tantas como me he quedado sin cenar. He de regresar a mi pueblo para investigar su situación actual. Quieren asesinar al rey. De momento mi trabajo es sólo infiltrarme e informar. No me hace gracia volver. Detesto tener que volver. Recuerdo sus miradas recelosas, cada vez que aparecía un extraño, y yo puedo tener su aspecto pero desde luego hace mucho tiempo que ya no soy una de ellos… no tengo ninguna gana de llegar a mi destino. Hoy dormiré al raso, sólo espero estar viva mañana para continuar con mi misión porque es lo único que tengo.


1 comentarios:

Cuerdas dijo...

O.o

WOW!!!

buenisimo!!